lunes, 2 de octubre de 2006

 

Marruecos, te cagas




A veces un par de malas experiencias (he sido positivo, han sido más de tres) pueden amargarte un viaje interesante, pueden ensombrecerte las buenas fotos.
Pero es así: si vas de viaje no es para pasarlo mal, para volver con ganas de trabajar o para acabar agotadísimo. Y es lo que me ha pasado.
Si vas lejos es para que te traten bien (pésimo servicio, han de aprender mucho), para comer mejor (no para sufrir sus comidas o quedarte un día sin comer porque es la mejor opción del bufet libre), para visitar sitios interesantes (y no sin bajarte del autobús) o para descansar (lo contrario de pasar apuros sanitarios).

El Marruecos no útil (es así como lo llaman, el sur de Marrakech) es un país pobre, sin malícia, con pésimas medidas higiénicas. Donde las moscas son tan pesadas y numerosas como los que te piden o venden un par de piedras. Te puedes encontrar un marroquí en cualquier punto de una carretera perdida, en medio del desierto o de la estepa. Miles de niños, de chicos, de hombres sentados o tirados. Todos quietos. Asombra encontrarte tanta gente y tan pobre, y tan inmóbiles. Y lo más terrible de todo es que si ves un gran número de hombres es que hay un gran número de mujeres en sus casas, sin a penas libertades ni derechos. Nada. Solo costumbres y religión.

Las infraestructuras turísticas aun por desarrollar, igual que su sociedad. Pero se atisba un futuro rápido de grandes adelantos. Aun están a decenios de occidente, pero llegarán.
La religión ha sido un lastre, pero están demostrando que con ella a cuestas pueden hacer frente al presente.

La salud, por ello, se resintió.
Pero dejando de lado las soluciones occidentales hice caso a un remedio que tiene más de religioso y subdesarrollado que de científico y resucité de entre mis cenizas.

Gracias Japón.

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