jueves, 19 de octubre de 2006

 

Otroño



Saltan las gotas impacientes sin que a penas te des cuenta, sin avisar ni llamarte antes. Qué irresponsables parecen, qué adolescentes. Así, sin pensarlo. Chof, chof... día gris y medio camino entre la luz y el frío. Tierra sin dueño. Entretiempo dicen, ¿entre qué?

Parece que el año empiece aquí, una vez se ha acabado el verano y empiezas a prepararte un curso (si hace años que no estudias!?). Te planteas nuevos planes para el invierno, que durará hasta el próximo estío. El primer momento que te presentas frente a la idea de la Navidad, de qué cazadora ponerte, de cómo actuará tu empresa, de qué bien estaría hacer ejercicio.

Caen las gotas de arriba a abajo como si de la primera lluvia se tratase: así, tímida al principio; brusca cuando sopesa sus posibilidades. Llueve todo lo que puede. Pero corto. Pero acaba. Te despierta o te duerme. Te alarga el insomnio o te abandona entre las sábanas de la cama, dejándote perezoso, aletargándote.

Golpean las gotas en el vídrio y te dejan mirándolas fíjamente, te llevan desde un plan futuro a un recuerdo nostálgico. Y es entonces cuando dicen que el otoño es triste, que se caen las hojas, que los días van a menos.

Otro otoño, otroño.

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